Thursday, August 20, 2009

WOODSTOCK


Por Gloria González Fernández
Carlos Augusto Santana Alves vivió en Tijuana entre 1955 y 1961. Estos años fueron suficientes para que aquí le ocurrieran dos cosas que marcarían su vida para siempre: la primera fue unirse a la agrupación de los Tj’s y aprender a tocar guitarra con quien en ese momento era el mejor guitarrista de rock en México y la segunda, haber sufrido un abuso sexual que explicaría un velado resentimiento por la ciudad que salió a la luz pública casi cuatro décadas después.
Santana tenía ocho años cuando llegó de la mano de su padre de oficio mariachi y por cuya influencia empezó a tocar el violín. Unos años después conocería a Javier Batiz, un talentosísimo joven que le compartiría sus influencias musicales, todas ellas provenientes del diario contacto en la radio local con la música de T-Bone Walker, B.B. King, John Lee Hooker, Chuck Berry y Little Richard.
Juntos, Batiz y Santana, formaron parte del grupo de jóvenes tijuanenses que –respondiendo a la demanda del turismo norteamericano- tocaba noche a noche alternando con bailarinas exóticas y desnudistas en el Convoy y el Mike’s de la Avenida Revolución. Lo cierto es que su talento y la disciplina diaria que les imponía el trabajo, refinaron sus ejecuciones, pero la mezcla de los sonidos de su infancia y su tradición cultural, lograron generar un sonido nuevo, vibrante, tijuanense.
Con esa experiencia en las maletas, Santana se mudó a San Francisco, California a los 14 años y vivió ahí la efervescencia de un movimiento musical y social que le sumó aún más a su nobel carrera. Ocho años después Santana se convertía en una de las estrellas más recordadas del mítico festival de Woodstock.
El próximo 16 de agosto se conmemoran 40 años del día en que casi medio millón de personas fueron testigos de la interpretación del entonces relativamente desconocido grupo Santana, en medio de un campo en Nueva York. Woodstock ha quedado para la historia como un festival sin precedentes, como la feria musical más importante de todos los tiempos. Y justo ahí, en ese escenario parteaguas entre generaciones, se oyó fuerte y vibrante durante 45 minutos, el sonido Tijuana.
Soul Sacrifice, la pieza incluida en la película del festival, catapultó a Santana, su guitarra y percusiones, al éxito y al mundo. En el film, Santana, extasiado, hace sonar su guitarra como si resumiera en ella toda su historia.
En Tijuana, el rock llegó para quedarse y lo ha hecho así pasando por todos los estilos. Bátiz no fue a Woodstock, tampoco a Avándaro que fue una versión mexicana del festival, pero se quedó por años como ícono del rock mexicano. Después vinieron otros: El Ritual, Peace and Love, La Cruz, Solución Mortal, Especimen, Tijuana No, Julieta Venegas, el Colectivo Nortec.
Pareciera que esta tradición musical es un sino para la ciudad, un destino inexorable en el que ganamos los espectadores y en el que gana Tijuana, acumulando sonidos nuevos y desprejuiciados. Santana, de alguna manera nuestro Santana, el de los grammys, los discos platino, los conciertes a reventar, abrevó de las calles y espacios tijuanenses y se llevó lo que necesitaba sumar para ser lo extraordinario que es. Supernatural, para decirlo como él.

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