Monday, July 20, 2009

120 años


Por Gloria González Fernández

Es posible que Tijuana a sus 120 años esté viviendo su adolescencia. Esa edad en la que todos alguna vez hemos estado al filo de definiciones, en medio de certezas que luego ya no lo son, sintiéndonos de buenas y de malas al mismo tiempo.
Esta semana nuestra ciudad alcanza sus 120 en medio de grandes contradicciones. Por un lado, las innegables inclinaciones al pecado de su carácter fronterizo: el tráfico de personas y de drogas, la inseguridad producto de éstas, la irregularidad de su crecimiento desbocado… en fin… Pero por otro, su vigor, su juventud que tiene ganas de todo y se arriesga, su generosidad con el que trabaja duro, su vocación artística y su aire de gran señora, de mujer seductora que nos hace tomar agua de la presa para que no nos vayamos más.
Tijuana llega a esta edad y la festeja junto a sus músicos y poetas, con sus empresarios y sus obreros, con sus migrantes y sus nativos, enfrentándose día a día en su colindancia con Estados Unidos, a la otredad, a lo otro, a la noción de lo que es propio y lo que es ajeno –tal como diría el sociólogo Jorge Bustamante-. Y lo hace con toda naturalidad. Porque los fronterizos lo sabemos como nadie: Tijuana es una región que también se define por su vecindad con San Diego.
Por eso hoy quiero hablarles no de los que llegan todos los días a poblar más la ciudad, sino de los que se han ido. Por distintos motivos, por supuesto. De los tijuanenses que han tenido que emigrar para estudiar, para trabajar, para huir, para buscar tranquilidad o para buscar más emociones, para ser músicos, deportistas, funcionarios, trotamundos.
Los que alguna vez nos fuimos reconocemos la tremenda nostalgia por los tacos de carne asada y las exageraciones en que incurrimos al describirlos, y recordamos ese gozo discreto, difícil de expresar públicamente, al ver sus cerros polvorientos desde el avión, o el infame tráfico de la entrada por la puerta México. También sabemos de los suspiros por sus atardeceres anaranjados, por su mar frio y contaminado y por las noches en el Dandy del Sur.
Recientemente, en su colindancia con San Diego, algunos tijuanenses han elegido al vecino como dormitorio porque tienen miedo o porque buscan mejores condiciones de vida. Y han impulsado allá, en Chula Vista, en Eastlake, en San Ysidro, una nueva comunidad tijuanense con un importante potencial de consumo, con educación técnica o profesional y con capacidad de trabajo. Este éxodo ha generado tijuanenses encerrados en el cuerpo de emigrados, que –vecinos y todo- no dejan de suspirarle a la ciudad en la que tienen sus negocios, sus casas rentadas, sus amigos, quiero decir, su tierra.
A sus 120 años, la púber Tijuana necesita compromisos. De sus gobernantes sí, pero también de sus comunidades y ciudadanos. Compromisos para hacerla otra vez viable, pacífica, creativa y generosa. Ojalá.
A sus 120 años, yo desearía que Tijuana, la joven, contemplara el regreso de los suyos y se sentara con ellos a comer unos taquitos, con mucho guacamole por favor.

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