
Hoy ha sido un día ocupado en mi oficina. Nada extraordinario de no ser porque de pronto oigo los acordes de una guitarra que me es entrañable. Me asomo por la ventana y te veo Batiz, y no sé si eres tú Javier, o un Elvis peludo y con acento norteño. Vestido de blanco, cantas al centro del escenario de una feria de historia de Tijuana que tiene como espectadores a unos 200 chiquillos de secundaria que te oyen tocar tal vez por primera vez. Eres como el número 20 del programa y sólo cantas 2 canciones: La Montaña y Así me gusta México (¿por qué compusiste esas rolas Javier? ¿por qué escribiste algo tan banal?) Antes de tí, había ignorado una rondalla y varias canciones norteñas que alguien bailó no sé si bien o mal. Pero ahora te sigo nota a nota desde un sexto piso. Sé que eres tú, inconfundiblemente. Nadie es como tú ni a 200 metros de distancia.
A tus costados, unos niños con uniforme escolar, y que son presentados como estudiantes del Instituto Libertad, te rodean con su juventud y con sus voces desafinadas te hacen coros. (¿coros?).
Entonces Javier- Zeus bajas del Olimpo y caminas entre los mortales, entre los niños que sólo ven en ti un gritón vestido de blanco y no recuerdan tus conciertos a reventar, tus filas de chicas para besarte, tus salidas por la puerta de atrás para esquivar a las fans que se desmayaban con tus solos de guitarra.
Todo esto tú sí lo recuerdas bien Javier, de hecho lo piensas en cada concierto, en cada presentación, en cada colonia a la que vas ahora para tocarle a “tu gente”. Qué nostalgia has tenido siempre por Tijuana, qué nostalgia sigues sintiendo hoy por la Tijuana que te coronó como el mejor guitarrista de México. Y mientras vuelves a tocar la versión número doscientos mil cuatrocientos de “Noches Tristes”, recuerdas a los TJs y el Convoy Club y las mujeres desnudas bailando los entreactos y recuerdas también el Harlem y la “Terraza Casino” abarrotadas en el DF. Y tras tus gafas oscuras cierras los ojos para dejar de ver a los 200 chamacos que te aplauden igual que te aplaudieron sus abuelos, 40 años ha.
Me imagino hoy a una de las tiernas coristas del Instituto Libertad enjaulada y con minifalda: me recuerdan a Macaria, tu niña de entonces. Hoy, con uniforme azul marino y con pocas ganas de bailar.
La fiesta sigue. (Gracias Javier ahora es el turno del ballet folklórico del Cetis 58). Pero tú, te bajas del carruaje con estilo. Desconectas los cables de tu guitarra, te llevas tu amplificador, te llevas a los niños coristas de Javier, recibes los aplausos sin humildad, como sólo puede recibir los aplausos una estrella, con graciosa mamonería.
Y entonces yo regreso a lo mío y tú te vas con tu música a otra parte, a tocar en escuelas, en festivales comunitarios, en barecitos y cafés, en jardines y bibliotecas, en eventos del instituto de cultura, en desfiles de carros antiguos, en ferias y conciertos juveniles… te vas con tus gafas oscuras, con tu vibrante guitarra y su estuche lleno de recuerdos, te vas Javier, a todos los lugares donde puedas hacer que Tijuana te deje de olvidar.

Photo by Terthius Alvarez
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